Cristo es el único Salvador, el mediador entre Dios y los hombres, él mismo Dios y hombre, tal como lo leemos en 1 Tim 2,5-6: "Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo para liberarnos a todos; testimonio dado a su debido tiempo".

En Él la humanidad entera es renovada, y llevada a su plenitud, en ningún otro hay salvación, "porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hech 4,12). De tal modo, Dios se ha hecho presente personalmente en su Hijo y ya no debemos ni podemos esperar otra manifestación más sublime de Dios, pues nos ha dado todo de Él. Dios ya está aquí en medio de nosotros a través de Cristo, ésta es la máxima  revelación de salvación por excelencia .

Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). Y todo esto se hace posible a través de Cristo encarnado, muerto y resucitado, como mediación visible y sensible de Dios. 

Esta obra de salvación que nos ofrece Dios implica, que el hombre en su condición de ser libre y consciente está llamado a acoger esa salvación también libre y conscientemente, como modo de obrar propio de su condición humana racional y libre. Además de dar cuenta con sus actitudes y actos, que realmente asume esta propuesta del Salvador, ello permite que vayamos adquiriendo en nosotros mismos, esa gracia que emana de la bondad y la misericordia del Padre (Dios).  En este punto, es que logramos comprender que al permitir que Dios inunde y guíe con plenitud nuestra existencia, vamos a reflejar una forma distinta de ver y cuidar la vida, de interactuar, de amar, de realmente preocuparnos porque nuestro cuerpo sea templo del Espíritu de Dios y que nos unimos a él, con total entrega, de ahí que nos animemos a  coedificarnos en ese amor que todo lo transforma.  Por ello,  permitir que el amor de Dios nos inunde, es haber aceptado la invitación de Jesús a conocerlo porque no es posible amar a quien no conocemos, y aún más a seguir el ejemplo de su vida para relacionarnos con la naturaleza, con los otros y por supuesto consigo mismos (Polanco, 2003).

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Referencia

Polanco, Rodrigo. (2003). La Iglesia y la universalidad de la salvación en el cristianismo. Teología y vida, 44(4), 423-443. https://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492003000400005.